El caballero, la muerte y el diablo. Buril en cobre de Durero. 1513
Algo que permite la elaboración de un blog es conocer los términos de búsqueda por los que la gente llega a él. Desde hace días, cuando miro la información de la página, veo que alguien está pre-ocupado por conocer la «historia de los buriles». Cuando una persona busca datos sobre algo tan concreto es posible que la red no le ofrezca lo que precisa a primera vista, tal vez porque la información se encuentra solo en formato impreso. A veces también son necesarios términos de búsqueda sinónimos, ideológicamente hablando, como “talla dulce” en contraposición a su compañero el “aguafuerte”, o indagar a través de la función de «reproducción de obras de arte» que protagonizó la mayoría del grabado académico durante los siglos XVII y XVIII.
La definición del DRAE de «buril», del francés burin, detalla que es un instrumento de acero, prismático y puntiagudo que sirve a los grabadores para hacer líneas en los metales. La definición es escueta y casi acertada…porque también un buril puede ser elipsoidal, o utilizarse para trabajar sobre la madera o, más bien, porque con el paso de los años se refiere más a una forma de entender el grabado calcográfico en una época determinada, a la estampa y a la técnica en sí. Es importante aclarar también, para no caer en confusión, que el buril puede trabajarse en hueco o en relieve (dependerá de si después se entintan los surcos o los altos de la matriz). Hoy me dedicaré más al trabajo realizado para que la tinta sea depositada dentro de las tallas.
Por metonimia, entonces, también se llama buril a la propia estampa y a la forma de grabar. La Wikipedia dice lo siguiente en técnica del buril : «El Buril recuerda en su forma a un arado. Y el grabador lo utiliza de una manera semejante; haciendo surcos sobre la plancha, de manera que cuanto mayor es la presión que ejerce; consigue realizar una incisión más profunda sobre la plancha, lo que provocará que se aloje en ella una mayor cantidad de tinta.” Para los amantes de la etimología, San Isidoro de Sevilla (siglo VI) ya adelanta el origen del vocablo antes de que el mismo instrumento existiera: “Aratrum deriva de arare terram (arar la tierra); y es como si se dijera araterrium. La mancera (mango) es la curvatura del arado; se llama buris, como si se dijera boòs ourá, porque tiene la apariencia de una cola de buey.” (Etymologiarium, XIV,2 pg.523).
Su manipulación requiere mucha destreza y en la actualidad no es algo que se enseñe en las facultades o talleres, ya que el aguafuerte permite mayor soltura de trazo al artista. Durante el siglo XVII, en pleno el apogeo de las Academias, la técnica del buril, y aunque menos también el aguafuerte, se dedicó casi exclusivamente a la reproducción de obras de arte. Ello, unido a lo largo de su adiestramiento y lo encorsetado de su manejo, hizo que los artistas abandonaran paulatinamente esta forma de hacer y se refugiasen en otras técnicas, como la xilografía y posteriormente la litografía, más acorde con sus necesidades expresivas. Pero por otro lado, ha habido grandes genios que sobrepasaron el nihilismo de la trama formal, de la técnica por la técnica, dotando al buril de una grandiosa creatividad y produciendo grandes estampas de la Historia del Arte: Durero, Mantegna, Picasso etcétera … Con ellos el buril alcanzó los más sublimes resultados y de ellos hablaremos más adelante.
Si quieres conocer más sobre la historia de los buriles, el primer manual conocido que habla sobre ellos, además de otros asuntos del grabado en hueco, es el de Abraham Bosse titulado «Traicté de Manières de Graver en Taille Douce sur Láirin, Par le Moyen del Eaux fortes, & des Vernix Durs & Mols. Ensemble de La facon dén Imprimer les Planches & dén Construire la Presse, & outres choses concernans les Dits Arts.» París 1645, reeditado varias veces.
Tambien, Manuel Rueda en su Instrucción para grabar en cobre y perfeccionarse en el grabado a buril, al aguafuerte y al humo…, (Madrid, Joaquín Ibarra, 1761) habla de cómo manejar este instrumento describiendo pormenorizadamente su ejecución y “la disposición de los dedos (…) para realizar una burilada extremadamente fina, al principio aligerando la mano, más gruesa en medio con poco que se eleve, y delgada dejándola caer otra vez (…) maniobra muy esencial para la bondad del grabado e inteligencia de las sombras” dando claras instrucciones de cómo realizar las vestiduras, las aguas, las nubes, o los cabellos.
Como es posible que estos dos libros no se consigan fácilmente encontrarás muchos datos de interés en el tomo XXXI del Summa Artis, » El grabado en España. Siglos XV al XVII (Espasa Calpe, 1987) asequible en la mayoría de las bibliotecas de arte, en los capítulos «El grabado y la estampa barroca» y «el Grabado en el siglo XVIII», ambos de Juan Carrete. Concreta muy bien este autor cuando describe que “el auténtico carácter de la técnica del grabado a buril, consistía en traducir las luces y objetos a representar mediante unas normas estrictas a seguir.»
Antonio Gallego Gallego en su «Historia del Grabado en España» (Cátedra, 1984) cita a Vaquer describiendo de la siguiente forma una clase de grabado: “Sobre una tabla, varias descalabradas cabezas de yeso; y decorando los muros, venerables y amarillentas estampas de Edelinck y de Bervic parecían invitar aún a los inteligentes de blancas pelucas y bordadas casacas al minucioso examen, binóculo en mano, de una técnica a la que frecuentemente todo se subordinaba. En un marco, unos terroríficos ejercicios de buril indicaban bien claramente el suplicio al que tendrían que someterse las inquietudes juveniles; y entre ellos, el de la bola, cuyo claroscuro tendría que conseguirse con una sola línea, o sea, por medio de una espiral perfecta que empezaba en el centro; recuerdo el de la estampa de la Santa Faz con la que logró la celebridad Claudio Mellán” (E. Vaquer. El grabado en talla dulce como expresión artística aplicada a documentos de garantía. Discurso. Real Academia de San Fernando, 1827)
Por último, puede servir de valiosa ayuda el magnífico texto de IVINS, W.M. Imagen impresa y conocimiento: análisis de la imagen pre-fotográfica. (Barcelona, Gustavo Gili, 1975), en el que se explica de forma amena, clara y directa la evolución de la imagen -antes de la aparición de la fotografía- y de cómo el servilismo de la reproducción y el oficio de la copia despojó de valor artístico a muchos de los grabados europeos de estos dos siglos. Esta «pericia» ha llegado incluso a confundir a muchos estudiantes de grabado, o de arte en general, en donde pretenden ver el menor atisbo estético en una habilidosa, pero insensible, trama formal.
Si no dispusieras de una colección de estampas y quisieras ver un buril en directo, ahora, no tiene más que coger un billete y observarlo detenidamente; mejor con una lupa o con un cuentahilos. Apreciarás las líneas, consecuencia de los surcos que comento, y si afinas la vista, cómo todas estas rayas se estrechan y aclaran al final, consecuencia de la salida de la herramienta. También que se cruzan en ángulos más o menos abiertos o elaboran rizos siguiendo una estricta combinación geométrica que funda, incluso, una teoría sobre trazos.
[Fuente Imagen. Cabeza de Cristo de Claude Mellan: artcyclopedia.com; Buril de Picasso, Suite Vollard. Afi.es]