A finales de los años 50, probablemente el 18 de mayo de 1959, Salvador Dalí realizó un trabajo litográfico bajo la atenta mirada de su editor francés Joseph Feret y otros invitados. Consistió en disparar sobre la piedra una bola llena de tushé con un arcabuz y estallar un huevo repleto de tinta. Las fotografías fueron realizadas por el prestigioso fotógrafo húngaro Paul Almasy, probablemente llamado para que recogiese el momento. Los huevos y el pan siempre han sido una constante en este provocador surrealista, divertido e insolente, capaz de arrastrar la atención del agente más erudito. Basta mirar detenidamente las fotografías para descubrir que se trata de una puesta en escena: la solemnidad del momento queda recogida en la seriedad de los rostros, el cuidado en el vestir de los presentes de cuyos elegantes trajes asoma siempre un pañuelo doblado con esmero; el histrionismo de Dalí precipitándose sobre el resultado del huevazo o el mimo con el que Foret arropa en un papel el frágil huevo; el arma apunta a la estampa, y no a la piedra que subyace detrás, y que debiera ser la receptora, y los espectadores se retraen para no quedar salpicados. En las sucesivas fotos Paul Almasy dirigió con astuto rigor a estos actores para trascender en la historia lo que Dalí llamó «la revolución del arte litográfico». Un momento de gloria con un huevo y un arcabuz. Todo un artista.
Es el propio Dalí quien recoge en sus Confesiones inconfesables el origen de este proceso. En el capítulo «Cómo ilustró Dalí Don Quijote y revolucionó el arte litográfico» (p. 111) cuenta: «Durante el verano de 1956, el editor Joseph Foret llegó a Portlligat en su coche. Traía unas grandes piedras litográficas. Quería que yo ilustrara Don Quijote. A mí, el procedimiento litográfico no acababa de gustarme, me parecía insulso y liberal. Mientras, Joseph Foret volvía obstinadamente una y otra vez con más piedras. Su terquedad me soliviantaba; con gusto habría disparado contra aquel hombre tranquilo e inflexible. Y entonces se me ocurrió una idea angélica que vino a deslumbrarme. Iba a disparar contra las piedras el arcabuzazo que pensaba disparar contra el editor. Le telegrafié que preparara el arma.
Fue el pintor Georges Mathieu quien me hizo el suntuoso regalo de un arcabuz del siglo XVI con incrustaciones de marfil en su culata. El acontecimiento tuvo lugar el 26 de noviembre de 1956, a bordo de un pontón, sobre el Sena. Allí, rodeado de cien corderos, disparé una bala de plomo rellena de tinta litográfica contra la piedra, haciendo una salpicadura sublime. Adiviné inmediatamente el ala de un ángel, de un dinamismo tan perfecto que alcanzaba el colmo de la perfección. Acababa de inventar la técnica del balazo.»
[Fuentes: imágenes a gran resolución de la escena www.spaarnestadphoto.nl; Texto para descargar completo: Salvador Dali. Confesiones inconfesables. (Recopilado por Parinaud, André) Mundo Actual de Ediciones, S.A. Barcelona, 1975]